Cando escribí El Heraldo del Caos, inicialmente pensé en una protagonista femenina. Luego, opté a que el protagonista fuera Telecus, y no Inés, porque consideré que el relato adquiría más dramatismo.
Sin embargo, enseguida se aprecia que Inés se parece mucho a cierto personaje histórico de Francia. Inés Luz hace en esta novela, por obra y gracia de la tecnología médica de la Neo Alianza, el camino opuesto que en su día recorrió Juana de Arco. Primero, santa, luego, quemada por ser bruja, y finalmente, resucitada con una piel sintética e ignífuga, para poder derrotar a los enemigos de su particular reino.
Pero no sería justo decir que Inés se parece solamente a Juana de Arco. Inés se parece a miles de millones de mujeres anónimas, que dedicaron su vida a mejorar a las de los demás, y que luego, fueron marginadas o condenadas, simplemente, por ser mujeres independientes, recurriendo al subterfugio de la brujería.
Y es que Inés Luz es un homenaje a todas esas mujeres que en su día fueron denunciadas, perseguidas, torturadas, quemadas, ahogadas... Mujeres portadoras de una sabiduría ancestral que fue apartada a un lado por ir en contra (¿de verdad?) de las nuevas religiones e ideologías que se estaban imponiendo. Representantes de sistemas matriacales cuyas vidas fueron segadas en nombre de un dios patriacal. Relegadas al olvido por hombres que tenían miedo de las mujeres.
Gracias a Inés, podré acercar a las nuevas generaciones a esta realidad histórica.
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